Es solo relajarse. Okay, no. También es tener voluntad de hacerlo.
Es sentarse en el suelo, con los ojos cerrados -preferentemente- a escuchar cualquier tipo de ruido.
Es cerrar los ojos. Sentir, sobre todo. Sentir el viento acariciando las ojas, medio azotándolas en algunos casos. Sentir, y escuchar al viento llevarse y hacerse raspar contra el suelo las ojas que ya cayeron al suelo. Sentir a los pajaritos de especies trilladas, con esos cantos ya demasiado conocidos, pero que, viéndole el lado positivo, hacen que tu despertar sea más calmado y placentero (¿?).
Es estar al sol, con sus rayos dándote en la cara (no cuando hace 38° y parece que en vez de rayos son latigazos, rayitos tranquilos). Y es pensar que estás solo.
Es sentir una leve y refrescante brisa que te abraza, levantando y alborotando juguetonamente tu pelo. Haciéndote sentir viva, enérgica. Es escuchar (por poco relajante que parezca) pasar uno o dos autos, un perro ladrando y personas hablando. ¿Saben que le encuentro de relajante? Saber, sentir y escuchar que nuestra sociedad sigue avanzando, ajena a siquiera pensar en relajarse. Una sociedad que está pendiente todo el tiempo de causar buenas impresiones, en otras personas, buscar un buen trabajo, tener una linda familia y ya. Y morir. ¿Y después? ¿Porqué todas las personas hacen el mismo ciclo? ¿Que no hay nadie que pueda salvarnos de esta cadena interminable? (Okaaaaaay, cursi). Sólo somos peatones que pasamos por el mundo a vivirlo un ratito, y quizá, dejar una insignificante marca que con el tiempo se borra. O no.
Quizá estemos esperando ante el inesperado caso de alguien que va a dejar huella -esté dispuesto o no, creo yo-.
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