Eran las dos y diez y habíamos quedado en encontrarnos a las
dos y media. Estaba arriba del bondi, un poco nerviosa, pero consciente de que
el encuentro de hoy iba a ser importante. Me preguntó en donde vernos y yo elegí
“Bar Cedón” ubicado en una esquina. Era mi favorito por la cantidad de turistas
que iban ahí y lo pintoresco del lugar. Me encantaba ir ahí sola para
tomar un buen submarino, mirar a la gente pasar, escuchar los distintos acentos
e idiomas que me rodean y sentirme menos sola que en mi casa, escuchando a la
misma voz que siempre me grita.
Me bajé del colectivo y empecé a caminar rápido. Detesto
llegar tarde. Eran dos y veinticinco. Suelo llegar antes que la persona, pero
no contaba con la lentitud del conductor.
Cuando llegué a la esquina de enfrente la vi. Estaba sentada
en el cordón de la vereda mirando los zapatos de las personas que caminaban por
la calle llena de puestos de artesanos. Observaba todo con una mirada perdida,
sin ningún interés en particular. Estaba apoyada en sus rodillas y con un gesto
tan inocente que me enternecí un poquito. Ella era la clase de chicas que eran
dulces por naturaleza y su sola presencia mejoraba el estado de ánimo de uno. Lo
que más me gustaba era su voz. Era la típica voz que tiene una persona cuando
acaba de tomar café donde se marcan mucho las letras como la “t”, la “s” y la c”.
Cuando me vio se le iluminaron los ojos.
Agitó su mano rápidamente y me mostró una de sus sonrisas
más espontáneas. “¡Luna!” me gritó.
Yo también sonreí. Crucé la calle y la saludé.
-
Hola.
-
Es muy bonito el bar que elegiste. Entré hace un
rato porque tenía que ir al baño y me gustó mucho.
Elegimos una
mesa que estaba al lado de la ventana y nos sentamos una enfrente de la otra.
Yo pedí un submarino con tostadas. Ella pidió lo mismo pero con una cerveza.
Cuando le dijo al mozo qué iba a tomar me miró como diciendo “mirá que mala que
soy”.
Me la imaginé
tomándose shots de vodka, no por gusto, sino por querer ponerse ebria y
demostrarle a todos lo cool que puede llegar a ser si se lo propone.
-
¿Trajiste las cosas?
-
Sí. ¿Vos?
-
Sí.
Me
fijé en la forma en que agarraba su mochila. Al principio, cuando nos sentamos,
la tiró al piso como si no le importara lo que hubiera dentro. Ahora, para
abrirla, la agarró con una delicadeza extrema. Ambas sabíamos que lo que cada
una tenía en sus respectivas mochilas era importante.
Yo
agarré la mía y saqué un sobre de papel madera que decía “Frágil”. Ella sacó un
sobre idéntico al mío pero tenía escrito “para Luna”. Su caligrafía era
horrenda. Lo escribió apurada. Las “a” parecían “o” y la “l” de “Luna” la
escribió en minúscula.
Se
quedó observando mi sobre fijamente. Sus ojos eran enormes y de color verde
otoño. Era un verde apagado y calmo que
combinaba a la perfección con su voz sedosa. Se quedó tildada. La mirada
expresiva pero indescifrable.
-
¿Qué te pasa? – le pregunté.
-
Nada, es que me parece que somos muy chicas para
lidiar con todo esto. Yo no me siento preparada ni con la madurez suficiente.
-
Yo tampoco, pero no nos queda otra.
es tuyo?
ResponderEliminarSí.
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