Eran las diez y media de la noche y
sentía un vacío enorme en el pecho, de esos que te sofocan y te hace creer que
hasta la más ínfima boludez es de pronto una tragedia, como cuando estás llegando
a la parada de tu bondi, ves pasar a uno en tu cara y sentís que la vida se ríe
de vos o como cuando a tu vieja se le ocurre la magnífica idea de gritarte
todos los errores que cometiste a lo largo de toda tu vida en la calle, en
plena avenida. Lo peor de este sentimiento era que si bien se iba y venía, era
constante. Cuando no estaba a flor de piel y era notorio, estaba escondido, pero
no desaparecía del todo. No era algo que uno podía hablar con cualquiera. “Siento
que me pesa el corazón y que me voy a morir pero no sé por qué”. No, no tenía
sentido.
No había lugar en mi casa que me
trajera un poco de paz así que decidí salir del edificio a caminar y tomar un
poco de aire fresco. Mamá no estaba en casa porque se había ido a cenar a lo de
su novio. No creía que fuera a volver hoy.
Me senté en el rellano de la escalera
y apoyé mi cabeza en mis piernas. Preferí no caminar, no estaba de ánimo. Cerré
los ojos por un buen rato y dejé que la brisa que pasaba me rozara la cara.
Después de un rato de estar así una
voz me sacó de mis pensamientos.
-
Flaca, ¿estás bien? – levanté la cabeza.
Una chica
más o menos de mi edad, flaquita y pequeña de huesos, de rasgos muy delicados
que sostenía una caja de cartón me estaba mirando. Tenía el pelo teñido de
color bordó y unos enormes ojos grises.
-
Sí, ¿por qué?
-
Eh… nada, es que pasé y te vi toda acurrucada
y pensé que estabas llorando o algo.
-
Ah, no. Estoy bien. – Sonreí un poco. Ni muy
exagerado, para que pareciera que estaba diciendo la verdad, ni muy débil, para
que pareciera que estaba diciendo la verdad.
-
Mía. – Vaya forma tan automática de
presentarse.
-
Luna.
-
¿Qué hacés tan tarde por acá?
-
Vivo acá, en este edificio. Salí a… despejarme
un poco.
-
Ah, entiendo. – Se sentó al lado mío sin que
yo le diera mi permiso. – Yo tengo que llevar esta caja acá a la vuelta, tiene
una máquina de escribir del año del pedo que mi abuela acaba de vender, ¿sabés?
Un garrón. Pesa mucho.
Yo no te pregunté qué tenías que hacer o a
dónde tenías que ir.
-
Yo quisiera tener una máquina de escribir. –
Le dije.
-
No quisieras, creeme. – Sí quiero, tarada. – es una paja el hecho de que cuando tocás las
teclas se van muy para adentro y tenés que ser muy delicada porque hacen un
ruido tremendo. Además son incomodísimas para llevar a donde sea.
-
Igual, me parece mucho más poética la idea la
idea de escribir cosas en una máquina de escribir, como si ese momento
estuviera enfrascado en una cápsula del tiempo de otra época. Me haría sentir
que estoy en otro mundo.
-
En tu mundo, flaca. En tu mundo.
Me llamo
Luna, no flaca. Detesto que la gente llame así a las personas cuando no conocen
o no recuerdan sus nombres. “Flaca, amiga, chabona”… Suena tan despectivo.
-
Eh, loca, ¿me acompañás a llevar la caja?
Buah.
-
Me llamo Luna.
-
Perdoná, tengo mala memoria. Luna, ¿me
acompañás?
-
Dale. – La
verdad es que ya me caíste mal, pero bueno, no tengo nada mejor que hacer.
Caminamos
en silencio. Mejor dicho, yo caminé en silencio, porque ella se la pasó
hablando de millones de cosas. Que cuánta fiaca le daba estudiar, que por qué
su vieja era tan mala, que su grupo de amigos la aburría porque se sentía
intelectualmente superior, en fin. Hicimos dos cuadras y llegamos a una casa de
madera con la pintura gastada. Mía tocó la puerta y un chico con un pijama,
todo despeinado y con unos anteojos estilo John Lennon nos abrió. Al verla
sonrió.
-
Esperame acá. Entro a dejarle esto en la mesa
y listo.
Le hice
caso a mi nueva conocida aunque no tenía la menor gana de esperarla. A los
cinco minutos salió contando billetes y sonriendo, triunfante.
-
Luna, ¿no querés ir a tomar algo? Yo invito.
-
Nah. Me tengo que ir.
-
Bueno, pásame tu celu.
¿Qué te hizo creer que iba a pasártelo? Ni te
conozco.
-
Dale. – Ella me dio su brazo y una lapicera que
sacó del bolsillo del jean y yo se lo anoté.
-
Alguno de estos días te mando un mensaje para
que nos volvamos a ver. Me caíste bien, chab… Luna.
Noté como
se corrigió y le sonreí. Fue una sonrisa sincera.
-
Vos a mí también, Mía.
Me caíste como el culo.
Entre la música y lo escrito, logre sentir lo que sentía Luna con tan solo dejarme llevar.
ResponderEliminarEs muy interesante lo que escribes, me gusta.
Muy bueno la verdad :P
Muchísimas gracias.
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