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jueves, 11 de octubre de 2012

Staph.

Soy mediocre. Estudio arañando el 7, no me preocupo lo mucho que debería por el colegio y notas y en mi vida no hago nada después de la escuela. Mi mamá llora porque se siente culpable al no haberme presionado para entrar al Nacional Buenos Aires, ya que según ella ahí podría explotar mucho más mi inteligencia. Mi guardada inteligencia. Agazapada, lista para salir. Tiene sus momentos en los que se asoma y larga algún que otro comentario, pero la hija de puta está serena, en vigila.  Mi inteligencia y yo no nos llevamos bien. Cuando necesito usarla se esconde y no puedo encontrarla. Cuando no la necesito sale y me deja explorarla en toda su profundidad y misterio.
Mi inteligencia se reserva cuando estoy en público pero explota cuando estoy sola. A veces parece que no la tuviera, que se hubiera perdido para no volver nunca o que no me molestara en usarla. Pero en realidad, todo el tiempo la estoy usando. La ejercito y practico para hacerla mejor.
En cambio, mi mediocridad. Ah, mi inmensa mediocridad. Mi mediocridad está mucho más ejercitada que mi inteligencia. Mi mediocridad sí que ama ser el centro de atención y estar mostrándose a cada momento. Es un poco tímida a la hora de hablar, pero que se nota, se nota. 
Mi mediocridad y mi inteligencia se pelean a veces, ya que una cree que no es justo que la otra gobierne en mi cerebro. A mí me cae bien mi inteligencia, pero soy cómoda en mi mediocridad.
Eso es lo más triste. Soy cómoda en mi mediocridad.

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