La niña Helga era una incógnita viviente. Nunca nadie entendió su rol en la sociedad y no había persona que conociera su pasado.
La niña Helga vagaba mucho por capital, pero no se sabía si tenía siquiera un hogar. Era un péndulo, caminaba como embobada y su mirada siempre parecía perdida, lejana.
La niña Helga oscilaba entre ser una mujer vagabunda y una chica huérfana. Podría tener tanto quince como veintiocho. Ella siempre decía que con los años el mundo se había vuelto un gran negocio sepultado donde los argentinos vivían del recuerdo. Decía que el tiempo es su pasado y su hospedaje, como buena patriota que era.
La niña Helga era un misterio el cual nadie nunca se animó a resolver. Es como esas cosas que uno ve en la calle y se siente un poco culpable por no intervenir, pero sabe que por mucho coraje que se arme sería inútil.
Un día, desapareció. Mucho tiempo (diez años) después nos enteramos de que no le gustaban las despedidas y se había ido con un libro que encontró en el tren a vagar y ser una incógnita por otro lugar donde pueda contar su historia.
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