Somos como mecanismos complejos de armar pero ajustables a cada ambiente. Somos tan moldeables como plastilina, y hasta los más tercos tenemos un huequito donde si nos tocan nos desarman por completo. Y yo creo que ese es el fin, o al menos mi fin.
Cuanto más interesante se pone una persona es cuantas más capas se le van cayendo en frente tuyo. Mientras más intimidad, y más confianza, y más sentimientos de comodidad, uno logra adentrarse más y más en esa personalidad que se está abriendo a tu cabeza. Y a tu corazón, por qué no.
Me gusta que las personas seamos tantos retazos de otras personas. Y retazos de recuerdos, y de momentos, y de situaciones, y de experiencias. Me gusta que seamos propios y ajenos. Me gusta que estemos hechos de un poco de todo. Me gusta esa diversidad tan ecléctica que reside en cada uno de nosotros. Me gusta que se nos peguen expresiones ajenas, gestos de otros, canciones de aquel, modismos de este otro, expresiones del de allá. Me gusta que seamos tan diversos que nuestra esencia se hace complicada de definir de tan muchosa que es. (Sí, muchosa).
Me gusta que nuestras cabezas vayan a mil por hora. Me gusta ese remolino de ideas que se agolpa y que cada minuto proyecta una imagen distinta. Me gusta tanto la gente con ideas.
Somos felices con cosas pequeñitas pero casi nunca nos damos cuenta. Yo estoy siendo feliz estando tranquila, y la tranquilidad para mí es felicidad.
Perdonen, no sé, no tiene un sentido todo esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario